Dedicado al demonio azul, por lo que nunca fue y no será.
El saber que no es mío, que sus noches no están plagados de mi recuerdo, que mi perfume no impregna sus sabanas, que mi pasión no lo abrasa, eso me atormenta. Día y noche está ahí (en ese rincón de la mente que le pertenece), profundizando mi neurosis y alimentando mi deseo. Verle tan cerca, pero a la vez reconocer el abismo que nos separa y las cintas de la decencia que me impiden saltar me remiten a la asfixia.
En momentos de rebeldía, escapo de los nudos de la conciencia y transito el despoblado vacío de nuestra distancia sólo para darme cuenta que está hecho de piedra. Me desgarro por una caricia azarosa y me pregunto si en verdad vale la pena vagar por sus terrenos, me respondo que no, todas las veces sin excepción; pero el fuego regresa incandescente, y nubla mi juicio, y doy todo por un instante, y nazco en suplicio, y me veo indecente, y le siento distante.
Todo esto implica anhelarle y alejarme, contradicción imperante.
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